5.7.13

Encuentros fortuitos.

El insípido sabor matutino del olvido, parecido al de la muerte superada, la inconsciente aceptación nocturna del que ya no está cerca, todo eso se borro cuando a lo lejos reconocí tus ojos achinados. Era muy raro para ser cierto, pero estaba muy sobria para estar confundida. Ahí estabas, casi como si se hubiera congelado el tiempo en tu cuerpo, pese a los años, pese a los cambios. Eras vos, y tuve miedo por un instante. Mientras me acercaba a tu ser creí estar soñando, la situación era perfectamente amoldable a un sueño bizarro que le cuento a mi mamá un domingo a la mañana con resaca. Cuando llegue te mire con cara de duda, como quien trata de reconocer una cara mas de cerca, y la tuya represento todos los pensamientos que había tenido en los últimos instantes. Y es que no había nadie más muerto que vos, y ahí estabas, parado al lado mio, sonriéndome. Hace mucho tiempo ya que mi cabeza te mató, o que la vida y sus vueltas te asesinaron sin piedad dentro de mi mente. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, como aquel día que vi despues de dos años la sombra de mi abuelo en la pared de mi casa. Empezamos a charlar y poco a poco nuestras sonrisas se hicieron tan grandes que no podíamos dejarlas ir. Te abracé para despedirme, esta vez con la mente llena de recuerdos, nos miramos un rato largo y soltamos una risa de desorientación bastante chistosa. A partir de ahí, cada abrazo que nos dimos fue un poco de la despedida que injustamente nunca tuvimos.

Y ahora, mi mente no puede dormir, porque quiere recordarte, y no dejarte morir nunca más.

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